¿CÓMO ORIENTAR EL COMPORTAMIENTO
DEL ALUMNO ?
Un modelo basado en las
aportaciones de algunos de los psicólogos y pedagogos más destacados en el
panorama educativo.
Imaginemos la situación: Nos
encontramos en el aula a la hora del recreo. Los alumnos están fuera, en el
patio; menos mal. Durante las tres primeras horas, sus conductas han sido más
parecidas a las del mismísimo Cancerbero que a las de unos simples mortales:
faltas de respeto, de atención, de concentración, de motivación, de silencio...
Ahora estamos solos, intentado recordar qué hicimos mal y buscando, sin
éxito, una solución. De pronto, alguien llama a la puerta. Nos levantamos sin
ganas y nos dirigimos hacia ella cabizbajos, con la mira abatida, perdida. La
abrimos y ¡Ahí están!: Burrhus Frederic Skinner, Albert Bandura, David Ausubel, Lev Vigotsky.-"Parece que necesitas
ayuda"-dice uno de ellos-"¿Qué podemos hacer por ti?"
Por desgracia, esta situación es bastante improbable (problemas de longevidad, entre otros)
pero no hay de qué preocuparse. Todavía nos quedan sus legados;
testamentos del ayer desde los que seguir construyendo en el presente. En base
a ellos, proponemos el siguiente modelo de orientación del comportamiento para
los alumnos de Educación Primaria.
HACIA UN MODELO DE
ORIENTACIÓN DEL COMPORTAMIENTO
Lo primero de todo es observar, detectar y describir exactamente qué
conductas deseamos ayudar reorientar, pero ¡cuidado! No se trata de pretender
eliminar aquellas que suponen el esfuerzo del maestro, ni tampoco consiste en desear
hacer desaparecer las que son propiamente infantiles, humanas. Un niño es un
ser inquieto, travieso, que aprende a vivir viviendo, explorando, jugando,
haciendo. Intentar que aprenda bajo un comportamiento cadente, inmerso en la quietud, en el gesto hierático, programado
para las acciones mecánicas del miro-copio-memorizo-escribo, es un genocidio.
Hacerlo así, no provocaría más que la
interrupción del desarrollo de todo su potencial; sería entonces un ser
mutilado, hueco, enjuto, sin más que carne sobre hueso. Frente a esto, la orientación solo tendrá como objetivo encaminarle en la dirección correcta, vía de la felicidad y y la tranquilidad propia del hombre de bien.
A
continuación, hablemos con él. En demasiadas ocasiones y por desgracia,
este paso se suele olvidar. Sabemos que las experiencias vitales no solo son
hechos sucesivos que acompañan sus vidas; son algo más; acontecimientos que les tras-pasan, que calan sus delicadas pieles con tanta fuerza que logran cambiar sus actos. El
pequeño que mira de forma distinta, que habla de manera diferente, que se
relaciona como nunca antes lo había hecho, tengamos por seguro que es porque
ALGO le ha pasado y calado. Comuniquémonos con él a través de la sonrisa cómplice, la palabra profunda y la caricia
del “estoy aquí para escucharte”.
Saquemos a la luz qué es lo que ocurre. Es el momento del parto, de
ver la cara y poner nombre a la conducta indeseada que frustra y hace infeliz al pequeño. Para ello,
comencemos con lo que AUSUBEL denominó organizadores
previos, ideas generales e inclusivas que introducen conceptos más
concretos y ayuda a entenderlos. Inspirándonos en ellos, recurramos a las fábulas de animales y a
historias imaginarias o reales que reflejen conductas como las suyas; que le
introduzcan en la comprensión de sus propios sentimientos y actitudes; que le
sitúen en su única realidad para poder entenderla. Después, sigamos profundizando
en "la idea" y qué mejor manera
que a través del mapa conceptual. Decía
el citado autor que era una manera
útil de presentar los contenidos mentales relacionados y jerarquizados. Hagamos
uso de ellos; que sea el niño con la ayuda del maestro, el que exprese con
palabras o dibujos qué está haciendo, cuál es su causa, cuáles son sus
consecuencias y cuál es la mejor alternativa para cambiarlo todo. Al finalizar,
el alumno podrá decidir y comprometerse a actuar de una manera diferente.
Sigamos ahora por el camino del conductismo, sin miedo. No olvidemos que
somos racionales pero animales, al fin de al cavo y con orgullo; que también
nos movemos para satisfacer nuestros deseos y sentir el placer ¿Qué sería de la
vida sin él? Puede que ni existiera
por no tener motivo para crearla. Decía
SKINNER, padre del condicionamiento
operante, que la probabilidad de que una conducta se repitiera dependía de
las consecuencias que dichas conductas tuvieran para el individuo. Siguiendo su
teoría, propongamos al niño construir el tablero del “Juego del Deseo”. En las casillas horizontales escribirá los
días de la semana; en la vertical, el comportamiento deseable al que se
comprometió seguir. El sistema es fácil. Cada día que actúe en pro de su
compromiso obtendrá una compensación. En caso de cumplirlo todos los
días, verá cumplido su deseo (obviamente tangible).
El próximo paso es curioso, porque en todo momento ha estado ahí: Se trata de
nosotros. Es posible que el
alumno se esté comportando de manera distinta y dañina para él porque lo
aprendió de alguien, de su maestro. Situación paradójica donde las haya. Y es
que, como nos señaló BANDURA, hay
algo denominado aprendizaje vicario,
aquél por el que el niño aprende
imitando un modelo, el nuestro. Según este autor, para que realmente se
produzca deben cumplirse cuatro requisitos: atención, retención, motivación y
reproducción. ¿Qué podemos hacer entonces como profesionales? Lo primero y más
importante: ser un modelo para el pequeño, aunque siempre quede en un intento,
y lograr que actúe como él. Para captar su atención
y retenerla no hay nada mejor que enamorarle y mostrarle qué hemos
logrado con nuestro comportamiento: Quizá somos más sabios porque sabemos
escuchar; quizá somos más sociables porque nunca se nos ocurrió dañar a nadie.
Para motivarles debemos conseguir su simpatía, su admiración y su estima. Ser
como el maestro será para él su mejor recompensa, y la nuestra también. Reforcemos
siempre aquello que haga bien e invitémosle a repetirlo y mejorarlo la próxima
vez.
Llegamos al final, que siempre fue principio. Se trata de pensar en
el alumno como un ser con otros; un sujeto que vive en el aula y en compañía
de sus iguales, de los que nunca dejó de aprender. Como apuntó VIGOTSKY, el aprendizaje es
social y en él influye el medio.
Siendo así, no ignoremos el poder del resto en el comportamiento del niño.
Nombremos un alumno-tutor que le ayude a cumplir con su compromiso. Puede que
su punto de vista infantil o su manera sencilla de decir qué está bien, lo haga
todo mucho más fácil; puede que la aceptación del otro y del grupo, sea un
estímulo más para modificar su conducta y sentirse más feliz, no delante ni
detrás de sus compañeros, sino al lado de ellos.
Y hasta aquí, el
modelo de orientación del comportamiento. Una mezcla de antropocentrismo,
cognitivismo, conductismo y teoría social, que pretende ayudar al
pequeño a encontrar su camino y no
perderse en derroteros. Un proyecto tetra-dimensional y tetra-céfalo: Porque somos alma; porque somos mente;
porque somos cuerpo; y porque por encima de todo, somos individuos enteramente
sociales.
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